Estamos en la recta final. Estos ensayos nocturnos me dejan muy acelerada, así que escribo.
A veces leo las entrevistas que les hacen a algunos actores famosos. Que cómo le hacen para entender al personaje, que si se sienten cercanos a él, que cuáles fueron sus referencias, etcétera. Otras veces me da por pensar en mi propio proceso como actriz. ¿Cómo le hago para darle vida a Diana? ¿Cómo hago para que mis líneas no suenen como aprendidas de memoria? ¿Cómo?
He llegado a esta sencilla conclusión: la clave está en leer y repasar mil veces la obra. Cuando voy en el coche, digo algún texto de mi personaje, pruebo entonaciones diferentes. Cuando estoy en mi casa, me imagino de cuántas maneras podría pedirle algo a alguien. Cada vez que hago esto, nuevas imágenes aparecen en mi cabeza. Por ejemplo:
"Buena quedo ahora sin quien era luz de aquestos ojos".
Lo digo una vez. Luego pienso, ¿dónde está el acento?, ¿en qué palabra?, ¿cuál de todas estas palabras voy a subrayar para regalarla a los oídos de los espectadores? Tomo una decisión: el peso estará en buena y en luz. Lo ensayo en voz alta. "Buena quedo ahora sin quien era luz de aquestos ojos". Esa decisión me lleva a pensar nuevas cosas. Cuando digo buena, estoy siendo irónica: no estoy mejor, porque ahora se ha ido la persona a la que amo, sino mucho peor. Cuando digo luz, pienso en Teodoro, en la sensación de estar junto a él. En una sola palabra (en buena, por ejemplo) encierro un montón de sensaciones y pensamientos que me atraviesan en ese instante: siento un vacío en el estómago, siento frío, me siento desfallecer, estoy enojada conmigo, quisiera correr tras él, se me hace un nudo en la garganta, etc.
Esto es en un monólogo. Pero cuando se trata de un diálogo con alguien, pienso también en qué quiero obtener de esa persona y cómo lo puedo obtener. Las claves de lo que quiero están en el texto. Si el otro personaje se va, ¿qué tuve que hacer yo para que se fuera? Si el otro se queda triste, ¿cómo le hice para ponerlo en ese estado?
Cada vez que leo o repaso el texto (mentalmente o en voz alta), encuentro nuevos detalles, palabras que habían pasado desapercibidas. Por ejemplo: "Será generosa hazaña de un hombre tan entendido, que con esto quitarás la ocasión de tus enojos...". Fuera de contexto, esto parece halagador. Pero una vez que analizo la situación, entiendo que Diana está siendo irónica, o que por lo menos está tratando de convencerse a sí misma de que la decisión de Teodoro es lo mejor, aunque sienta lo contrario. Cuando veo eso, decido subrayar las siguientes palabras: generosa, entendido y ocasión. Las dos primeras son 'atributos' que encuentro 1) en la acción de Teodoro, y 2) en Teodoro mismo, pero las cargo de algo negativo, porque no lo pienso de verdad: irse y dejarme no es un acto de generosidad, y aunque él sea inteligente, no lo estoy alabando al llamarle 'entendido'. Con la tercera palabra me estoy refiriendo a mí misma: si él se va, ya no se sentirá mal, porque me habrá quitado de su vida (yo soy la 'ocasión' de sus enojos). En resumen: aquí me tiro para que me levante.
Y así sucesivamente.
En esto tan sencillo está todo el aprendizaje que acumulé durante tres años de carrera (y que aún sigo acumulando). Todo está en el texto: los antecedentes, los estados anímicos, el objetivo, las estrategias. Yo voy llenando cada palabra con imágenes, le voy dando peso a las palabras que importan más. Mi personaje surfea por un mar de palabras. Si lucho contra ellas, me hundo. Si me abandono en ellas, las surco con ligereza.
Leer, leer y leer. Tantas veces como sea necesario. Hasta que las palabras aniden en mí. Hasta que aprenda a hablar con esas palabras. Hasta que no haya más palabras para determinada circunstancia que ésas que están escritas. Hasta que eso se convierta en una segunda naturaleza. Hasta que las palabras correspondan a la acción y la acción a las palabras.
El actor es un ser de hábitos.
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