viernes, 31 de agosto de 2007

Viernes 31 de agosto, 2007

Se acaba el mes. Quedan veinte días. Menos de tres semanas. En menos de tres semanas estrenamos. ¡En menos de tres semanas estrenamos! Diossanto... me va a dar un ataque.

Ayer ensayamos en el teatro, otra vez. La sensación de estar ahí, trepada en las tablas, pisando la madera, con ciento treinta asientos sonrojados y vacíos viéndome la jeta... es indescriptible. Creo que siempre quise ser actriz. Soy actriz.

Y, bueno, retomando la idea... Ayer limpiamos tres escenas del segundo acto. En una de ellas, me atoré. Pluc. Ni para atrás ni para adelante. Me sentía gritada, exagerada, haciendo cosas sin ton ni son... Y entonces le pedí auxilio a Singer, y me ayudó. Todo estaba en el punto de partida. Con unas ligeras modificaciones en la escena anterior, pude llegar mucho más segura al momento difícil. Reto superado.

Singer me preguntó que cómo va a ser mi vestuario. Casi me voy de espaldas. Llevo más de tres meses llevando una propuesta de vestuario, y nunca me había dicho que quería otra cosa. Ahora tengo que apurarme para conseguir algo nuevo, más o menos por el estilo, pero diferente. Tengo que acostumbrarme a mi ropa de Diana.

martes, 28 de agosto de 2007

Martes 28 de agosto, 2007

Pisé el Teatro Casa de la Paz. Por primera vez. Llegué, cinco minutos antes del ensayo, dejé mi coche en el valet, tomé mis cosas y me quedé ahí, en la banqueta, viendo la fachada del edificio. "Así que éste es el teatro...", me dije.

Se siente muy bien pisar un teatro. La madera... las butacas... los camerinos... la acústica... los pasillos... las luces... las piernas... ¡uff! Muy bien.

Singer nos explicó cómo va a estar el asunto. Se avecinan tres semanas muy difíciles. Ensayos por aquí, ensayos por allá. Unos en el teatro, otros en la escuela. Unos de mañana, otros por la tarde. Estreno de Fausto con los del otro grupo la próxima semana. Nuestro estreno para el 20 de septiembre (como dice la gente, "Dios mediante").

Pero después de todo esto, que suena muy bien, corrimos lo que llevamos de la obra, primero con el elenco A (en el que soy Diana), y luego con el B. El cambio de lugar, de acústica y de público (había como cinco personas ajenas a la compañía que estaban viendo el ensayo), me distrajeron a más no poder. Toda la primera escena estuve desconcentrada: cambié trazos, omití frases, las intenciones estaban fuera de foco... Horrible. Poco a poco me fui tranquilizando. Salí de escena. Fui a cambiarme. Tengo como 10 minutos para hacer un cambio radical de vestuario y demás. En eso estaba cuando metí a la mano a mi pantalón, donde guardo una carta que necesito para mi segunda escena y... no estaba. Recordé, entonces, que quizá se la había prestado a mi compañera que hace a Diana en el elenco B. Me enojé. Enfurecí. Escribí una nueva carta, en chinga, y apenas me dio tiempo para salir otra vez a escena. Terminé el primer acto con titubeos evidentes, porque la última escena no la hemos trabajado nosotros, sólo el elenco B. Al final de este repaso, bajé a los camerinos y le dije a mi compañera, la de la carta, que por favor se asegurara de regresarme la utilería que yo le prestara. Para no hacer el cuento largo, se me puso punk mi compañerita, diciéndome que yo le pidiera lo que yo le prestaba, y concluyó diciendo que entonces nadie se prestaba nada. (Vaya sandez).

En varios momentos, Singer nos llamó para platicar algunas cosas con nosotros. Nos dio fechas de ensayo y de funciones. Nos dijo que nos faltaba dicción y proyección de la energía (cosa muy cierta: nos vemos chiquitos en el escenario). Y... cosas por el estilo.

La tensión está en el aire. Siento que me rompo por todas partes. Hay detalles que me hacen pensar que el nivel de compromiso en el grupo es muy variable. O... no sé. Yo... no entiendo muy bien. He puesto todo el esfuerzo posible en este proyecto durante ocho meses y... En fin. No vale la pena quejarse. Todos estamos cansados. El desgaste es... evidente. Quiero estrenar esta obra. Quiero una temporada. Quiero hacer teatro. Quiero.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Miércoles 22 de agosto, 2007

Corrimos el primer acto completo, aunque todavía tenemos que limpiar un monólogo de Teodoro y dos escenas más. Empiezo a sentirme cada vez con más soltura. Ahí, dentro de ese armazón tan cuidadosamente armado, tan milimétricamente calculado, puedo improvisar: invento gestos, me permito lujos (sonreír de pronto, o voltear a ver a alguien, hacer inflexiones de voz)... Eso es la libertad. Y se siente muy bien.

viernes, 17 de agosto de 2007

Jueves 16 de agosto, 2007

¡Terminamos el trazo de la obra!

Ya sólo nos falta limpiarla toda y... ¡listo!

(Creo que estoy emocionada).

martes, 7 de agosto de 2007

Martes 7 de agosto, 2007

Estamos en la recta final. Estos ensayos nocturnos me dejan muy acelerada, así que escribo.

A veces leo las entrevistas que les hacen a algunos actores famosos. Que cómo le hacen para entender al personaje, que si se sienten cercanos a él, que cuáles fueron sus referencias, etcétera. Otras veces me da por pensar en mi propio proceso como actriz. ¿Cómo le hago para darle vida a Diana? ¿Cómo hago para que mis líneas no suenen como aprendidas de memoria? ¿Cómo?

He llegado a esta sencilla conclusión: la clave está en leer y repasar mil veces la obra. Cuando voy en el coche, digo algún texto de mi personaje, pruebo entonaciones diferentes. Cuando estoy en mi casa, me imagino de cuántas maneras podría pedirle algo a alguien. Cada vez que hago esto, nuevas imágenes aparecen en mi cabeza. Por ejemplo:

"Buena quedo ahora sin quien era luz de aquestos ojos".

Lo digo una vez. Luego pienso, ¿dónde está el acento?, ¿en qué palabra?, ¿cuál de todas estas palabras voy a subrayar para regalarla a los oídos de los espectadores? Tomo una decisión: el peso estará en buena y en luz. Lo ensayo en voz alta. "Buena quedo ahora sin quien era luz de aquestos ojos". Esa decisión me lleva a pensar nuevas cosas. Cuando digo buena, estoy siendo irónica: no estoy mejor, porque ahora se ha ido la persona a la que amo, sino mucho peor. Cuando digo luz, pienso en Teodoro, en la sensación de estar junto a él. En una sola palabra (en buena, por ejemplo) encierro un montón de sensaciones y pensamientos que me atraviesan en ese instante: siento un vacío en el estómago, siento frío, me siento desfallecer, estoy enojada conmigo, quisiera correr tras él, se me hace un nudo en la garganta, etc.

Esto es en un monólogo. Pero cuando se trata de un diálogo con alguien, pienso también en qué quiero obtener de esa persona y cómo lo puedo obtener. Las claves de lo que quiero están en el texto. Si el otro personaje se va, ¿qué tuve que hacer yo para que se fuera? Si el otro se queda triste, ¿cómo le hice para ponerlo en ese estado?

Cada vez que leo o repaso el texto (mentalmente o en voz alta), encuentro nuevos detalles, palabras que habían pasado desapercibidas. Por ejemplo: "Será generosa hazaña de un hombre tan entendido, que con esto quitarás la ocasión de tus enojos...". Fuera de contexto, esto parece halagador. Pero una vez que analizo la situación, entiendo que Diana está siendo irónica, o que por lo menos está tratando de convencerse a sí misma de que la decisión de Teodoro es lo mejor, aunque sienta lo contrario. Cuando veo eso, decido subrayar las siguientes palabras: generosa, entendido y ocasión. Las dos primeras son 'atributos' que encuentro 1) en la acción de Teodoro, y 2) en Teodoro mismo, pero las cargo de algo negativo, porque no lo pienso de verdad: irse y dejarme no es un acto de generosidad, y aunque él sea inteligente, no lo estoy alabando al llamarle 'entendido'. Con la tercera palabra me estoy refiriendo a mí misma: si él se va, ya no se sentirá mal, porque me habrá quitado de su vida (yo soy la 'ocasión' de sus enojos). En resumen: aquí me tiro para que me levante.

Y así sucesivamente.

En esto tan sencillo está todo el aprendizaje que acumulé durante tres años de carrera (y que aún sigo acumulando). Todo está en el texto: los antecedentes, los estados anímicos, el objetivo, las estrategias. Yo voy llenando cada palabra con imágenes, le voy dando peso a las palabras que importan más. Mi personaje surfea por un mar de palabras. Si lucho contra ellas, me hundo. Si me abandono en ellas, las surco con ligereza.

Leer, leer y leer. Tantas veces como sea necesario. Hasta que las palabras aniden en mí. Hasta que aprenda a hablar con esas palabras. Hasta que no haya más palabras para determinada circunstancia que ésas que están escritas. Hasta que eso se convierta en una segunda naturaleza. Hasta que las palabras correspondan a la acción y la acción a las palabras.

El actor es un ser de hábitos.