Está soleado. El ambiente es apacible. Romina duerme sobre mi cama. Tengo ojeras. Me duelen los pies, me hormiguean. *Sigh* Ya estrenamos.
Y, bien, todo salió como debía salir. Nueve meses de trabajo dieron finalmente su fruto. Mucha gente puso alma, corazón, manos, tiempo, fuerzas y entrañas para que el estreno de El perro del hortelano fuera posible. A todas esas personas, mi más profundo, honesto y sincero agradecimiento. Esta semana me he dado cuenta que el teatro se hace con un montón de individuos: los técnicos, los ingenieros de audio y de luz, la escenógrafa, la asistente de producción, la directora adjunta, el director, la encargada del diseño corporal y coreográfico, la musicalizadora, el policía del teatro, el director del teatro y su asistente, las personas de la limpieza, cada uno de los cientos de pares de ojos que observan el escenario desde las butacas (el respetable público) y nosotros, los actores.
Lo dijo Singer, y yo abundo en ello: el teatro es un rito, es una ceremonia sagrada, de comunión.
Amo esta profesión.
Cuando tenga ideas más articuladas sobre toda la emoción de la noche de estreno, las escribiré. Por ahora... me voy a bañar, que tengo función en un rato.
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2 comentarios:
¿Ya tienes ideas más articuladas de la noche del estreno o todavía no?
Ya llovió...
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